Tus ojos de nave viajando hacia mí.
He visto la sombra de un perro y después fue un perro. Se volvió perro ante mis ojos, mientras decidía perder mi peluquín, porque cuando lo veía (al perro, a la sombra) era un perro blanco y eran dos gatos, pero después era un perro que tenía miedo. Más miedo que yo.
Y me doy cuenta de que resulta tan pero tan fácil perderlo todo, absolutamente todo. Resulta tan fácil que te lleve por delante un tren que empieza con una frase hecha y que trae como furgón de cola un email lleno de frases que no son para uno. "Vos te merecés algo mejor".
Thank you, but no, thank you.
Después de luchar y luchar para no deberle nada a ENTEL, viene ENTEL y te pasa la factura igualito que a todo mortal. Y es que entonces uno debe concluir que es igualito a otro. Vaya decepción.
El poeta tenía razón. Tengo que conseguir, otra vez, mucha madera.
Cuando era chiquito me hicieron mierda un autito, de puro cobarde que fui, por quedarme sentado en una piedra blanca. Por no dejarme romper la trompa. Por no calcular bien los valores: me equivoqué.
Tiráte ya del trampolín: ¿Para quién es eso de "Te deseo que encuentres esto o aquello"? Tiráte ya del trampolín. Y si no te dan los ovarios para hacerlo, al menos tené la decencia de bajar, altiva, la escalerita por la que subiste.
Porque es el caso que subiste y que en el medio te fueron dadas miles de cosas que decidiste que no valían tanto la pena. Y entonces digo, digo entonces, digo. Ojalá que valgan la pena las cosas que decidiste que sí. Y entonces digo: Te deseo que encuentres ésto y aquello. Porque soy yo quien no le debe nada a ENTEL. Porque no vas a quitarme mi autito.
Porque no entendiste un carajo.
Cuentitos y musiquita. Who cares?
No se pierden nada
Thursday, December 8, 2011
Saturday, December 3, 2011
Tango
Ayer estuve otra vez en Buenos Aires.
Y después me fui.
Los porteños no tienen (no la mayoría) esa suerte. Tienen que quedarse ahí, y como constituyen una especie que debe creer, para subsistir, que viven en el mejor lugar del Mundo, entonces se creen que esa maravillosa ciudad es otra ciudad.
Algunos creen que es una ciudad californiana, y entonces le ponen nombres californianos a pedacitos de barrios porteños. Y les queda mal, pero como no se dan cuenta, son felices.
Algunos creen que es un suburbio neoyorquino, y entonces cuelgan lucecitas de colores (no pueden evitar colgarlas mal, de puro apurados que son), y ponen gigantografías de baja resolución (para ahorrar), y se agolpan y se codean y dan un poquito de pena. Un poquito.
Algunos se creen que es un barrio barcelonés, y cocinan una paella mezquinándole a la tinta del calamar y pasándose bastante en la sal para compensar.
Algunos se creen que es un arrabal parisino y dejan de bañarse por un par o cuatro de semanas.
Yo tuve la suerte de mirarlos desde un balcón en el que fui muy feliz por un ratito. Después me desperté y aquí estoy, sacudiéndome la modorra para ir a trabajar, como buena poquita cosa que soy.
Tal vez debería seguir soñando, como ellos.
Y después me fui.
Los porteños no tienen (no la mayoría) esa suerte. Tienen que quedarse ahí, y como constituyen una especie que debe creer, para subsistir, que viven en el mejor lugar del Mundo, entonces se creen que esa maravillosa ciudad es otra ciudad.
Algunos creen que es una ciudad californiana, y entonces le ponen nombres californianos a pedacitos de barrios porteños. Y les queda mal, pero como no se dan cuenta, son felices.
Algunos creen que es un suburbio neoyorquino, y entonces cuelgan lucecitas de colores (no pueden evitar colgarlas mal, de puro apurados que son), y ponen gigantografías de baja resolución (para ahorrar), y se agolpan y se codean y dan un poquito de pena. Un poquito.
Algunos se creen que es un barrio barcelonés, y cocinan una paella mezquinándole a la tinta del calamar y pasándose bastante en la sal para compensar.
Algunos se creen que es un arrabal parisino y dejan de bañarse por un par o cuatro de semanas.
Yo tuve la suerte de mirarlos desde un balcón en el que fui muy feliz por un ratito. Después me desperté y aquí estoy, sacudiéndome la modorra para ir a trabajar, como buena poquita cosa que soy.
Tal vez debería seguir soñando, como ellos.
Sunday, November 27, 2011
Cruces en cruz
Aquí me cruzo con uno de mis blogs favoritos, "Arte y Brujería", de Laura Galletita. A esta chica quiero decirle que es siempre agradable y cálido entrar y leer sus posteos y los de Joe. Y que alto honor me hace entrando de vez en cuando al sitio Inculto y a este pequeñísimo rincón.
Ésto escribí:
Antes de ayer tuve una linda charla con mi hija de 12 años. Hablamos de juicio crítico, de cómo escuchar, de la necesidad de "discutir hacia adentro", de no creer en verdades de fe. Esto surgió porque la niña hace un tiempo ya se ha dado cuenta de que la fe no es lo suyo, de que le resulta imposible creer en Dios, pero que sin embargo tiene una densa espiritualidad. Me preguntaba ella si esto es contradictorio, y derivamos hacia la discusión interior.
La frasesita que elegí para ejemplificar fue una que estoy seguro que escuchará por siempre: "En este país, nadie quiere trabajar". Le señalaba yo entonces la mesa donde estábamos sentados, la barra del bar, el chico que nos servía con amabilidad, la chica que preparaba el licuado, el hecho de que estaba degustando un lemon pie que alguien había preparado, lo limpio que estaba el bar, lo bien que estaban colocados los cuadros, y el talento y dedicación de quien los había pintado, lo bonito que caían las cortinas, lo bien que lucía el ficus junto a nosotros, la chica que estaba atendiendo a una señora en una tienda allí enfrente, donde alguien había arreglado una vidriera. Y la desafié a que me dijera dónde NO veía trabajo. Qué cosa de todo, absolutamente todo lo que nos rodeaba, qué cosa no implicaba directa y taxativamente, trabajo. Qué nos había hecho llegar allí, qué nos había permitido pagar los dos licuados y qué cosa había permitido que un puñado de frutillas llegaran a nuestro vaso, que no fuera trabajo. Qué otra cosa que no fuera trabajo nos rodeaba día a día, a cada momentito.
Es forzoso entonces pasar a la conclusión de que la pereza es estrictamente marginal en sentido estadístico (debí decir. Camila es mi hija y medio me entiende). Es un lujo, la pereza, que pocos pueden darse. La delincuencia es marginal en ese mismo sentido, y sin embargo ahí está la frasesita: "Nadie quiere laburar".
Mi niña me regaló una de esas miradas que me suele regalar, y algo habrá procesado allá en su mente que me resulta misteriosa desde la primera vez que la tuve en brazos. Cambiamos de tema: el violín se le hace complicado y más fascinante cuanto más se complica.
La llevé a su casa y me dio un besote. "La pasé relindo, Papi", me dijo.
Y me hizo enormemente feliz.
¡¡¡Abrazos, LG!!!
Ésto escribí:
Antes de ayer tuve una linda charla con mi hija de 12 años. Hablamos de juicio crítico, de cómo escuchar, de la necesidad de "discutir hacia adentro", de no creer en verdades de fe. Esto surgió porque la niña hace un tiempo ya se ha dado cuenta de que la fe no es lo suyo, de que le resulta imposible creer en Dios, pero que sin embargo tiene una densa espiritualidad. Me preguntaba ella si esto es contradictorio, y derivamos hacia la discusión interior.
La frasesita que elegí para ejemplificar fue una que estoy seguro que escuchará por siempre: "En este país, nadie quiere trabajar". Le señalaba yo entonces la mesa donde estábamos sentados, la barra del bar, el chico que nos servía con amabilidad, la chica que preparaba el licuado, el hecho de que estaba degustando un lemon pie que alguien había preparado, lo limpio que estaba el bar, lo bien que estaban colocados los cuadros, y el talento y dedicación de quien los había pintado, lo bonito que caían las cortinas, lo bien que lucía el ficus junto a nosotros, la chica que estaba atendiendo a una señora en una tienda allí enfrente, donde alguien había arreglado una vidriera. Y la desafié a que me dijera dónde NO veía trabajo. Qué cosa de todo, absolutamente todo lo que nos rodeaba, qué cosa no implicaba directa y taxativamente, trabajo. Qué nos había hecho llegar allí, qué nos había permitido pagar los dos licuados y qué cosa había permitido que un puñado de frutillas llegaran a nuestro vaso, que no fuera trabajo. Qué otra cosa que no fuera trabajo nos rodeaba día a día, a cada momentito.
Es forzoso entonces pasar a la conclusión de que la pereza es estrictamente marginal en sentido estadístico (debí decir. Camila es mi hija y medio me entiende). Es un lujo, la pereza, que pocos pueden darse. La delincuencia es marginal en ese mismo sentido, y sin embargo ahí está la frasesita: "Nadie quiere laburar".
Mi niña me regaló una de esas miradas que me suele regalar, y algo habrá procesado allá en su mente que me resulta misteriosa desde la primera vez que la tuve en brazos. Cambiamos de tema: el violín se le hace complicado y más fascinante cuanto más se complica.
La llevé a su casa y me dio un besote. "La pasé relindo, Papi", me dijo.
Y me hizo enormemente feliz.
¡¡¡Abrazos, LG!!!
Sunday, November 20, 2011
Y claro está...
La cultura de la India es interesantísima. Más que las concentraciones de flúor en mi aldea de Tanzania.
Bon jour.
Au revoir.
Bon jour.
Au revoir.
Sunday, November 13, 2011
I wanna hold your hand
La libertad es libre, claro está. Y el caracol es feliz escribiendo su diario -Grass lo sabe-, y el aficionado a los deportes de riesgo lo es y ¿me asiste acaso el derecho de juzgar de descerebrados a ambos?
Quiero hablar de vértigo. Para mí, el vértigo se encuentra más o menos ubicado en ese punto espacio-temporal en el cual no tengo ni idea de si dbería o no tomarle la mano. A ella, naturalmente. Porque es el caso que prefiero esas manos, esa clase de manos, de puro obtuso que tengo el corazón.
Y no hay nada más emocionante que ese vértigo. Nada que haya conocido, porque haber puede que haya. Yo te lo digo después de haberle visto la cara a un tren cuyo maquinista era asombrosamente parecido a la cruel Parca. (Sólo consiguió devolverme a la Soledad, pero como a la Soledad ya la conocía, y sabíamos el uno y el otro de nuestro trato mutuo, le dije primero bon jour y despues au revoir.)
Para esta chica que cree que creo, el vértigo (aunque no pueda saberlo de seguro), parece estar en la inteligente y voluptuosa charla del chat. Chat digo, porque al fin y al cabo es lo que era y las cosas cambian pero no cambian tanto: Llamálo como quieras: te encuentro, me aceptás y empezamos a mentirnos.
¿La mano? Supongo que si está el vértigo, la mano no tiene tanta importancia. Porque lo que importa es la rosa, porque ¿quién decide la jerarquía de los valores? La mano y el momento ese que digo, incluso el momento en el que la mano avanzó y ya podemos permitirnos dar por sentadas algunas delicias futuras, todo eso, ¿que importancia podría tener, cuando tengo vértigo sin halitosis?
Keep chatting. Nada, nada hay que pueda hacer, que no sea buscar mi propio vértigo.
Quiero hablar de vértigo. Para mí, el vértigo se encuentra más o menos ubicado en ese punto espacio-temporal en el cual no tengo ni idea de si dbería o no tomarle la mano. A ella, naturalmente. Porque es el caso que prefiero esas manos, esa clase de manos, de puro obtuso que tengo el corazón.
Y no hay nada más emocionante que ese vértigo. Nada que haya conocido, porque haber puede que haya. Yo te lo digo después de haberle visto la cara a un tren cuyo maquinista era asombrosamente parecido a la cruel Parca. (Sólo consiguió devolverme a la Soledad, pero como a la Soledad ya la conocía, y sabíamos el uno y el otro de nuestro trato mutuo, le dije primero bon jour y despues au revoir.)
Para esta chica que cree que creo, el vértigo (aunque no pueda saberlo de seguro), parece estar en la inteligente y voluptuosa charla del chat. Chat digo, porque al fin y al cabo es lo que era y las cosas cambian pero no cambian tanto: Llamálo como quieras: te encuentro, me aceptás y empezamos a mentirnos.
¿La mano? Supongo que si está el vértigo, la mano no tiene tanta importancia. Porque lo que importa es la rosa, porque ¿quién decide la jerarquía de los valores? La mano y el momento ese que digo, incluso el momento en el que la mano avanzó y ya podemos permitirnos dar por sentadas algunas delicias futuras, todo eso, ¿que importancia podría tener, cuando tengo vértigo sin halitosis?
Keep chatting. Nada, nada hay que pueda hacer, que no sea buscar mi propio vértigo.
Friday, October 21, 2011
"Y te digo: en Octubre, ganamos lejos." (Norberto Galasso)
El vestido era necesario para marcar el contrapunto. Ella bailaba dentro del vestido, y el vestido la seguía.
Cómo me animé, cómo me acerqué, cómo terminé hablando con ella, no sé. Ni idea, tengo ahora que estoy aquí a punto. A punto.
El vestido era azul, me parece. Azul a la luz nocturna que proyectaban decenas (seguro que decenas) de focos desde ángulos diversos, con diversas intensidades. Y bailaba, ella. Y de algún modo terminé yendo con ella en el taxi, y terminé arrancándole tres promesas:
"Quiero tener una charla sobria con vos".
"Quiero escribir una poesía con vos".
"Quiero ir a un concierto con vos".
Nos encontramos a la luz del mediodía en un bar de jugos naturales, el domingo. Bailaban ahora las palabras, y la mirada las seguía, atenta. Esa mirada que de vez en cuando devolvía, esa mirada que hablaba a contrapunto de las palabras. Seguía bailando, al hablar.
Escribimos una línea cada uno, en la servilleta (Can I have a napkin?). Una línea de ella concentrada, y se iba concentrando y el producto fue bello.
"Esta noche está Vicentico en el Luna Park", dijo.
Y ahora voy a ver la reposición de la tercera temporada de "Dexter".
Una maravilla.
Cómo me animé, cómo me acerqué, cómo terminé hablando con ella, no sé. Ni idea, tengo ahora que estoy aquí a punto. A punto.
El vestido era azul, me parece. Azul a la luz nocturna que proyectaban decenas (seguro que decenas) de focos desde ángulos diversos, con diversas intensidades. Y bailaba, ella. Y de algún modo terminé yendo con ella en el taxi, y terminé arrancándole tres promesas:
"Quiero tener una charla sobria con vos".
"Quiero escribir una poesía con vos".
"Quiero ir a un concierto con vos".
Nos encontramos a la luz del mediodía en un bar de jugos naturales, el domingo. Bailaban ahora las palabras, y la mirada las seguía, atenta. Esa mirada que de vez en cuando devolvía, esa mirada que hablaba a contrapunto de las palabras. Seguía bailando, al hablar.
Escribimos una línea cada uno, en la servilleta (Can I have a napkin?). Una línea de ella concentrada, y se iba concentrando y el producto fue bello.
"Esta noche está Vicentico en el Luna Park", dijo.
Y ahora voy a ver la reposición de la tercera temporada de "Dexter".
Una maravilla.
Tuesday, August 23, 2011
Dos cancioncitas viejas
Una de U2 y otra de Genesis. Ando recuperando notas perdidas gracias a lo que llevo sin fumar. Ojalita que les gusten las versiones.
Abrazos
Abrazos
Friday, July 15, 2011
Dos Cartas (¡Ey! Hay esperanza, Sucia Ciudad)
"La Mitad" (Por Fito Páez, para Página/12)
Nunca Buenos Aires estuvo menos misteriosa que hoy. Nunca estuvo más lejos de ser esa ciudad deseada por todos. Hoy hecha un estropajo, convertida en una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le encanta aparentar más que ser. No porque no puedan. Es que no quieren ser. Y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando, cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna. Hablo por la aplastante mayoría macrista que se impuso con el límpido voto republicano, que hoy probablemente se esconda bajo algún disfraz progresista, como lo hicieron los que “no votaron a Menem la segunda vez”, por la vergüenza que implica saberse mezquinos.
Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos porque “a la gente le gusta divertirse”, asistir a cualquier evento público a cambio de aparecer en una fotografía en revistas de ¿moda?, sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos, casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día tuiteando estupideces que no le interesan a nadie. Mirar para otro lado si es necesario y afecta los intereses morales y económicos del jefe de la tribu y siempre, siempre hacer caso a lo que mandan Dios y las buenas costumbres.
Da asco la mitad de Buenos Aires. Hace tiempo que lo vengo sintiendo. Es difícil de diagnosticarse algo tan pesado. Pero por el momento no cabe otra. Dícese así: “Repulsión por la mitad de una ciudad que supo ser maravillosa con gente maravillosa”, “efecto de decepción profunda ante la necedad general de una ciudad que supo ser modelo de casa y vanguardia en el mundo entero”, “acceso de risa histérica que aniquila el humor y conduce a la sicosis”, “efecto manicomio”. Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular pero que no está hecha a su medida.
No quiero eufemismos.
Buenos Aires quiere un gobierno de derechas. Pero de derechas con paperas. Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la ignorancia y la hipocresía de este país. Gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma.
Carta abierta de Norberto Galasso a Fito Páez
Estimado Fito:
Comprendo tu reacción, tu bronca, tu explosión en caliente, propia de un artista. Pero así como la comprendo no la comparto. No me da ese asco ese 47% de votos macristas. Me da pena.
En todas las grandes ciudades de América Latina y de cualquier otro país dependiente, las minorías privilegiadas utilizan todo su poder para dominar a los sectores medios, para ponerlos de su lado, para infundirle falsedades. Jauretche lo llamaba la “colonización pedagógica”. Igual que a vos le provocaba grandes broncas, pero distinguió entre los promotores de la mentira y los engañados. Quizás los primeros le dieron asco igual que a vos, los otros le daban pena y trataba de desazonzarlos.
El fenómeno es semejante en Buenos Aires, como en Lima o Guayaquil y otras grandes ciudades. Hay que disputar la influencia sobre los sectores medios y destruir los mitos con los que quieren dominarlos.
Desde los letreros de las calles y los nombres de los negocios (bastar darse una vuelta por la Av. Santa Fe), desde los cartelitos de las plazas y las estatuas de los supuestos próceres, desde las grandes editoriales y los “libros de moda”, convertidos en best sellers por los comentarios pagos, desde la prédica liberal en economía y la prédica mitrista en Historia, desde las geografías exóticas y los literatos que cultivan la evasión y lo fantástico, desde la TV farandulizada y superficial, con mesas redondas de bajísimo nivel político alentada por los dueños del privilegio, desde gran parte de los periodistas vendidos al mejor postor, y académicos y catedráticos tramposos, todo ese mundo domina el cerebro de amplios sectores medios que se suponen cultos, se suponen radicalmente superiores a los “oscuramente pigmentados”, se suponen ejemplo de moral (aunque evaden impuestos, se roban ceniceros de los bares y toallas de los hoteles). Sobre ellos recae también la literatura que Franz Fannon llamaba de “los maestros desorientadores”. Vos los conocés, los Marcos Aguinis, los Asís, los Kovaddloff, y las peroratas con latines de aquel viejo comando civil que se llama Mariano Grondona y tantos otros.
Pobre gente, Fito. Con todo eso que le tiran encima a la clase media, una buena parte de ella termina votando a Macri. Están presos de un engaño enorme: creen que Macri gestiona (cosa que hace mal o simplemente no hace) y que Macri no tiene ideología (la tiene y bien de derecha). Por otra parte fue el responsable del contrabando de autos cuando dirigía empresas de su padre, además de las escuchas telefónicas, eliminación de becas y subsidios escolares, negociados con empresas constructoras (única explicación de las bicisendas), lo mismo que su molestia porque los hospitales de la ciudad atiendan a gente “morocha” del conurbano.
Se trata además, que cierta parte de la clase media vive su pequeña vida: asegurarse las vacaciones para el verano, lavar el auto los domingos con más ternura que la que le dedica a la esposa, han mejorado su nivel de vida con los Kirchner y no quieren olas, que nada cambie y creen que algo habrá hecho Macri para esa mejoría que tuvieron. No les importa que el hospital público no funcione porque tienen medicina prepaga y han sido formados en el individualismo No les importa que en el Borda se mueran de frío porque tienen estufas de tiro balanceado, no les importa que en las escuelas públicas falten materiales porque sus hijos van a escuelas privadas donde, como “el cliente siempre tiene razón”, aprueban. Además, creen en el dios Mercado – no obstante que el mercado libre del menemismo a muchos los dejó deteriorados o fundidos- pero no comprenden a los sindicalistas y les eriza la piel cuando lo ven a Moyano. Y bueno, son así, Fito. ¿Qué le vas a hacer? Lo que no justifica su asco sino en un momento de bronca.
En la vida es necesario a veces tener asco y tener odio también. Eso me lo enseñó el confesor de Eva Perón, el sacerdote Hernán Benítez. Me decía: Mire m’hijo. Hay que odiar. Hay que odiar a todos los que frustraron el país, lo entregaron, provocaron miseria y represión. Yo, todas las mañanas, me doy un baño, me tomo una taza de café caliente y después me siento en mi sillón y odio... Yo me asombraba y le decía: Pero, Padre, usted es un cristiano... Y el seguía: Sí, odio, (no asco, Fito). Odio a la oligarquía (ya lo dijo también ese talento que es Leonardo Favio en una canción), odio a Bernardo Neustadt, odio al almirante Rojas... Sabe después que bien me siento para el resto del día. Así hablaba un cristiano de la Teología de la Liberación.
Por eso no hay que confundir al enemigo, Fito. Si hay que tener asco, tengámoslos a los responsables del aparato mediático y cultural, los que tergiversaron la Historia y la economía, los que robaron la capacidad de razonar a muchos compatriotas, no a éstos. A estos hay que convencerlos. Con la modestia que usaba Jauretche: Usted tiene que avivarse (vea 6,7,8, escuche a Víctor Hugo). Se lo aconsejo yo -decía-, que no me creo un vivo, sino apenas “un gil avivado”.
Hay que ganarlos, Fito. No ratificarles que pertenecen al bando del privilegio donde está la Sociedad Rural (¿cuando vieron una vaca esos que votaron a Macri?, ¿qué saben de la renta agraria diferencial?), y decirles como operan las grandes multinacionales y ciertas embajadas y las corporaciones mediáticas.
Los necesitamos, Fito. Comprendo tu bronca, la de un artista, Comprendéme a mí, desde la historia y la política.
Te mando un fuerte abrazo. Y te digo: en octubre, ganamos lejos.
Norberto Galasso
Nunca Buenos Aires estuvo menos misteriosa que hoy. Nunca estuvo más lejos de ser esa ciudad deseada por todos. Hoy hecha un estropajo, convertida en una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le encanta aparentar más que ser. No porque no puedan. Es que no quieren ser. Y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando, cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna. Hablo por la aplastante mayoría macrista que se impuso con el límpido voto republicano, que hoy probablemente se esconda bajo algún disfraz progresista, como lo hicieron los que “no votaron a Menem la segunda vez”, por la vergüenza que implica saberse mezquinos.
Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos porque “a la gente le gusta divertirse”, asistir a cualquier evento público a cambio de aparecer en una fotografía en revistas de ¿moda?, sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos, casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día tuiteando estupideces que no le interesan a nadie. Mirar para otro lado si es necesario y afecta los intereses morales y económicos del jefe de la tribu y siempre, siempre hacer caso a lo que mandan Dios y las buenas costumbres.
Da asco la mitad de Buenos Aires. Hace tiempo que lo vengo sintiendo. Es difícil de diagnosticarse algo tan pesado. Pero por el momento no cabe otra. Dícese así: “Repulsión por la mitad de una ciudad que supo ser maravillosa con gente maravillosa”, “efecto de decepción profunda ante la necedad general de una ciudad que supo ser modelo de casa y vanguardia en el mundo entero”, “acceso de risa histérica que aniquila el humor y conduce a la sicosis”, “efecto manicomio”. Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular pero que no está hecha a su medida.
No quiero eufemismos.
Buenos Aires quiere un gobierno de derechas. Pero de derechas con paperas. Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la ignorancia y la hipocresía de este país. Gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma.
Carta abierta de Norberto Galasso a Fito Páez
Estimado Fito:
Comprendo tu reacción, tu bronca, tu explosión en caliente, propia de un artista. Pero así como la comprendo no la comparto. No me da ese asco ese 47% de votos macristas. Me da pena.
En todas las grandes ciudades de América Latina y de cualquier otro país dependiente, las minorías privilegiadas utilizan todo su poder para dominar a los sectores medios, para ponerlos de su lado, para infundirle falsedades. Jauretche lo llamaba la “colonización pedagógica”. Igual que a vos le provocaba grandes broncas, pero distinguió entre los promotores de la mentira y los engañados. Quizás los primeros le dieron asco igual que a vos, los otros le daban pena y trataba de desazonzarlos.
El fenómeno es semejante en Buenos Aires, como en Lima o Guayaquil y otras grandes ciudades. Hay que disputar la influencia sobre los sectores medios y destruir los mitos con los que quieren dominarlos.
Desde los letreros de las calles y los nombres de los negocios (bastar darse una vuelta por la Av. Santa Fe), desde los cartelitos de las plazas y las estatuas de los supuestos próceres, desde las grandes editoriales y los “libros de moda”, convertidos en best sellers por los comentarios pagos, desde la prédica liberal en economía y la prédica mitrista en Historia, desde las geografías exóticas y los literatos que cultivan la evasión y lo fantástico, desde la TV farandulizada y superficial, con mesas redondas de bajísimo nivel político alentada por los dueños del privilegio, desde gran parte de los periodistas vendidos al mejor postor, y académicos y catedráticos tramposos, todo ese mundo domina el cerebro de amplios sectores medios que se suponen cultos, se suponen radicalmente superiores a los “oscuramente pigmentados”, se suponen ejemplo de moral (aunque evaden impuestos, se roban ceniceros de los bares y toallas de los hoteles). Sobre ellos recae también la literatura que Franz Fannon llamaba de “los maestros desorientadores”. Vos los conocés, los Marcos Aguinis, los Asís, los Kovaddloff, y las peroratas con latines de aquel viejo comando civil que se llama Mariano Grondona y tantos otros.
Pobre gente, Fito. Con todo eso que le tiran encima a la clase media, una buena parte de ella termina votando a Macri. Están presos de un engaño enorme: creen que Macri gestiona (cosa que hace mal o simplemente no hace) y que Macri no tiene ideología (la tiene y bien de derecha). Por otra parte fue el responsable del contrabando de autos cuando dirigía empresas de su padre, además de las escuchas telefónicas, eliminación de becas y subsidios escolares, negociados con empresas constructoras (única explicación de las bicisendas), lo mismo que su molestia porque los hospitales de la ciudad atiendan a gente “morocha” del conurbano.
Se trata además, que cierta parte de la clase media vive su pequeña vida: asegurarse las vacaciones para el verano, lavar el auto los domingos con más ternura que la que le dedica a la esposa, han mejorado su nivel de vida con los Kirchner y no quieren olas, que nada cambie y creen que algo habrá hecho Macri para esa mejoría que tuvieron. No les importa que el hospital público no funcione porque tienen medicina prepaga y han sido formados en el individualismo No les importa que en el Borda se mueran de frío porque tienen estufas de tiro balanceado, no les importa que en las escuelas públicas falten materiales porque sus hijos van a escuelas privadas donde, como “el cliente siempre tiene razón”, aprueban. Además, creen en el dios Mercado – no obstante que el mercado libre del menemismo a muchos los dejó deteriorados o fundidos- pero no comprenden a los sindicalistas y les eriza la piel cuando lo ven a Moyano. Y bueno, son así, Fito. ¿Qué le vas a hacer? Lo que no justifica su asco sino en un momento de bronca.
En la vida es necesario a veces tener asco y tener odio también. Eso me lo enseñó el confesor de Eva Perón, el sacerdote Hernán Benítez. Me decía: Mire m’hijo. Hay que odiar. Hay que odiar a todos los que frustraron el país, lo entregaron, provocaron miseria y represión. Yo, todas las mañanas, me doy un baño, me tomo una taza de café caliente y después me siento en mi sillón y odio... Yo me asombraba y le decía: Pero, Padre, usted es un cristiano... Y el seguía: Sí, odio, (no asco, Fito). Odio a la oligarquía (ya lo dijo también ese talento que es Leonardo Favio en una canción), odio a Bernardo Neustadt, odio al almirante Rojas... Sabe después que bien me siento para el resto del día. Así hablaba un cristiano de la Teología de la Liberación.
Por eso no hay que confundir al enemigo, Fito. Si hay que tener asco, tengámoslos a los responsables del aparato mediático y cultural, los que tergiversaron la Historia y la economía, los que robaron la capacidad de razonar a muchos compatriotas, no a éstos. A estos hay que convencerlos. Con la modestia que usaba Jauretche: Usted tiene que avivarse (vea 6,7,8, escuche a Víctor Hugo). Se lo aconsejo yo -decía-, que no me creo un vivo, sino apenas “un gil avivado”.
Hay que ganarlos, Fito. No ratificarles que pertenecen al bando del privilegio donde está la Sociedad Rural (¿cuando vieron una vaca esos que votaron a Macri?, ¿qué saben de la renta agraria diferencial?), y decirles como operan las grandes multinacionales y ciertas embajadas y las corporaciones mediáticas.
Los necesitamos, Fito. Comprendo tu bronca, la de un artista, Comprendéme a mí, desde la historia y la política.
Te mando un fuerte abrazo. Y te digo: en octubre, ganamos lejos.
Norberto Galasso
Sunday, May 22, 2011
No puedo no
Mirarte. No puedo no.
Si pudieras sostenerme no sería igual. Demasiado peso.
Quiero pesar. Dar el peso. Dar la talla, hacerme sentir.
Eso intento. No puedo no.
Mirarte, digo.
Si pudieras sostenerme no sería igual. Demasiado peso.
Quiero pesar. Dar el peso. Dar la talla, hacerme sentir.
Eso intento. No puedo no.
Mirarte, digo.
Friday, May 20, 2011
The Fiddle And the Drum
You say we have turned
Like the enemies you've earned.
"The Fiddle and the Drum" es una canción que solía cantar Joni Mitchel. La que cuelgo en el link está versionada a partir de la que cantan los genios de "A Perfect Circle".
Ta mañana.
Like the enemies you've earned.
"The Fiddle and the Drum" es una canción que solía cantar Joni Mitchel. La que cuelgo en el link está versionada a partir de la que cantan los genios de "A Perfect Circle".
Ta mañana.
Thursday, May 19, 2011
Lo que queda rondando
Ella tenía un vestidito que le colgaba de los hombros. Ahora creo que el vestidito era naranja con flores pequeñitas en rojo. De cierto no lo sé porque la veo a trasluz. Siempre hay un sol detrás de ella, siempre me encandila, no veo sus ojos. Sí sé que, fuera cual fuese el acorde, se moría de amor. Sí sé que despeinábamos el césped con la mano, con mi mano, con su mano, con las dos. Después corría, y tanto corría y tanto corrió que ahora sólo tengo el trasluz. No sé de qué color era el vestidito. No sé si su voz era grave como quiero que sea. No sé ni siquiera la letra con la cual empezaba su nombre, para empezar.
Es decir, no puedo nombrarla.
Camila dice lo que quiere, nombra a quien quiere delante mío. Soy su papá, y por tanto con más razón se agiganta en la consecuencia. Con más razón enuncia, porque es absolutamente transparente. No esconde porque sabe que juego para su lado. Cuenta conmigo, y no concibe la mentira o el ocultamiento porque no concibe la traición de mi parte. Hace bien. Hace bien.
Ella tenía un vestidito que le colgaba de los hombros. Despeinábamos el césped, se iba en un contraluz. Pero si no puedo decir su nombre, no me sirve para nada.
Es decir, no puedo nombrarla.
Camila dice lo que quiere, nombra a quien quiere delante mío. Soy su papá, y por tanto con más razón se agiganta en la consecuencia. Con más razón enuncia, porque es absolutamente transparente. No esconde porque sabe que juego para su lado. Cuenta conmigo, y no concibe la mentira o el ocultamiento porque no concibe la traición de mi parte. Hace bien. Hace bien.
Ella tenía un vestidito que le colgaba de los hombros. Despeinábamos el césped, se iba en un contraluz. Pero si no puedo decir su nombre, no me sirve para nada.
Tuesday, May 17, 2011
Un tango
"Flores en su entierro" es un tango que cantaba Fito Páez a finales del Siglo pasado. Aquí una versión bastante descuidada.
Saturday, May 14, 2011
Fantasmas
Los fantasmas no existen, dice mi Papá. Pero no lo dice muy convencido y eso siempre me ha hecho sospechar que no se lo cree. No sería la primera vez que me miente para que no me asuste. La cosa es que él no sabe que yo sé cuándo no me está diciendo algo completamente cierto. Lo sé por el tono de su voz y por la forma torpe en que esquiva la mirada. El caso es que quiere parecer convicente y no le sale. Y tiene la mala suerte de que ahora ya soy grande y lo adivino. Uno adivina a los que ama, a veces. Que no se atreva a decirlo porque tal vez hay razones de peso para callar, es otra historia. Y tengo, todavía, tantas ganas de creerle cuando dice que no existen los fantasmas que me convenzo por un rato de que no me miente.
Por mi parte, sé que existen. Lo sé porque puedo verlos. Desde que nací. A veces me siento muy culpable por poder verlos. A veces me niego a creer que los estoy viendo, tan tenues y volátiles. A veces deseo que una palabrita mágica los haga desaparecer, y a veces la palabra no llega. La palabra mágica que hace desaparecer a los fantasmas nunca se conoce de antemano, y ésto dicho, acabo de revelar el misterio más grande que tiene ésta historia. Por puro vicio de contar, voy a seguir con lo que cuento. Creéme: hay fantasmas por todos lados. Para muestra, baste la historia del que ví el lunes.
No me extrañó encontrármelo de día bajo la sombra de un árbol, esperando el autobús número sesenta que va, hasta donde puedo saber, del Campus Nord a Vall d'Hebron, ida y vuelta. Otras veces lo había percibido entre la gente que no lo veía, pero como suelo estar conversando con alguien, y además francamente la tristeza eterna de los fantasmas me pone de bastante mal humor, simplemente apartaba la vista. Pero el lunes me le acerqué, después de ver dos de sus infructuosos intentos por subirse al autobús.
Pobre. Estaba solito en la parada y hacía señas, pero ninguno de los dos conductores que pasaron fue capaz de verlo, y no pararon. Yo miraba desde el asiento de la plaza que está frente al Nexus, entre el café Versailles y la biblioteca. Hablaba con vos por teléfono, me acuerdo. Quería abrazarte. Mi ánimo iba poniéndose melancólico cuando llegó el tercer sesenta. Melancólico puedo ser un poco insoportable y decidí despedirme, cosa que siempre me cuesta. Me paré y me acerqué a la esquina, frente al cuartel del Bruc, para mirar mejor el triste espectáculo que ya preveía. Melancólico pero morboso, sí señor. De todas formas sabía que no iba a reírme.
Una chica gorda y con cara de exámen, cargada con una mochila pesada y medio ahorcada con los cables de su iPod, llegó corriendo e hizo señas al autobús. El conductor paró. Las puertas se abrieron y la chica gorda empezó a luchar con las cosas que traía, tratando de respirar, mantener el equilibrio de sus pertenencias y subirse, todo a la vez.
El fantasma asió (es un decir) la barandilla para subir y su mano pasó a través de la materia sólida. Dos veces. La chica gorda tardaba en subirse y ésto le dio tiempo al fantasma para hacer un tercer intento: levantó el pie los diez centímetros entre la vereda y el primer escalón del autobús, y al apoyarlo (es un decir), el pie pasó limpiamente a través del piso, y se quedó asentado de plano en el pavimento. La puerta ya se cerraba atravesando su pierna sumergida en el interior. Cuando el vehículo se puso en marcha y abandonó la parada, la mitad de la pierna del fantasma atravesó toda la longitud de los dos tramos del sesenta. El pie se apoyaba en la tierra, cosa que no sé explicar, mientras el fantasma veía alejarse el autobús por la cuesta, subiendo hacia la Ronda de Dalt, donde el tráfico a esas horas es una embolia. El fantasma lo vio alejarse con cara de sorpresa, como si fuera la primera vez, como si no pudiera darse cuenta de que tales cosas pasan cuando se es fantasma, como si no pudiera entender a fuerza de tanto intento fallido, que hay cosas que se nos niegan porque así es como es, fantasma o no fantasma. Me dió lástima tanta estupidez, que parece ser parte de la naturaleza de estos seres, y me le acerqué de frente y sin esconderme para no asustarlo, porque sé que son muy llanos y que se asustan con facilidad.
"Hola" le dije para empezar, aun sabiendo que no me contestaría, de momento. Eso ya me puso incómodo, pero seguí. "Hoy hace sol ¿vió?"
El fantasma levantó sus ojos hacia el Este, perdido en el cielo azul durante dos o tres minutos. "Hace sol", dijo, y por cómo le costó articular la oración unimembre me dí cuenta que hacía mucho que no hablaba.
"¿Adónde vas?", pregunté. Fue como pedirle que desarrollara oralmente y con lujo de detalles un completo análisis de la obra literaria de Thomas Mann. Estuvo pensando por el rato que dura un cigarrillo y al final dijo "No lo sé". Dos veces lo dijo: "No lo sé".
"Esperabas el sesenta", le dije. "¿Ah sí?", me contestó. Y no pude evitar volver a pensar en la profunda y sórdida estupidez de estas criaturas. Tanta estupidez sí que asusta. "No sé por qué esperaba el sesenta. No sé qué es el sesenta. No sé qué hago aquí.", dijo en un ataque de verborragia que me sorprendió. Ahora esto se parecía a una conversación. Qué extraño.
"El autobús, digo", dije para ponerlo un poco en órbita. Entonces sonrió. "¡Ah! ¡Síiiii! ¡Voy al hospital, por lo de la diálisis!", dijo como si contara que iba a un concierto de rock, a un baile, a una fiesta. "La diálisis." , repitió, y en sus ojos apareció la expresión que se aparece en los ojos de los que recuerdan al primer amor.
En la esquina, otro sesenta venía doblando la curva. Le hice señas y paró. Tomé la mano del fantasma (eso también puedo), subí y me lo llevé hasta el fondo del autobús. Por respeto no me puse los auriculares. Guardé en mi bolsillo el móvil que todavía tenía en la mano y me puse a mirar el reflejo del fantasma en la ventanilla. Quedaban horas de sol.
El autobús escaló Gran Capitán hasta la Ronda, dobló a la derecha y se sumergió en el túnel. Pasamos a velocidad de tortuga por espacio de tres salidas y a velocidad de vértigo por espacio de otras dos. El conductor tomó la salida cinco, frente al Olímpico de Tenis y nos bajamos en la siguiente parada. Lo tomé de la mano para que pudiera bajar pisando los escalones. Eso también puedo.
Ya que estaba, y como debía volver al Campus a seguir con mis cosas, crucé con él la avenida por el paso elevado para peatones y lo dejé en la puerta del hospital. No me miró ni se despidió cuando solté su mano. Entró al complejo y se perdió entre la gente que iba y venía. Caminé hasta la parada del sesenta que hace el recorrido inverso y esperé los cinco minutos de rigor. Subí, pasé mi tarjeta por el lector y busqué un asiento. Subía mucha gente más. Cuando el autobús ya se ponía en movimiento me volví para mirar y lo ví, tratando infructuosamente una y otra vez de que su pie se apoyara en el primer escalón de las escaleras mecánicas.
Tal vez un día de éstos lo busque en la parada del sesenta. Si está allí, significa que alguien volvió a darle la mano. Entonces, pienso, sería como darle la mano a quien le dio la mano a él, de algún modo. De algún modo, supongo, las manos que se encuentran de una manera o de otra le dan sentido a la absolutamente cierta aunque completamente absurda existencia de los fantasmas.
Por mi parte, sé que existen. Lo sé porque puedo verlos. Desde que nací. A veces me siento muy culpable por poder verlos. A veces me niego a creer que los estoy viendo, tan tenues y volátiles. A veces deseo que una palabrita mágica los haga desaparecer, y a veces la palabra no llega. La palabra mágica que hace desaparecer a los fantasmas nunca se conoce de antemano, y ésto dicho, acabo de revelar el misterio más grande que tiene ésta historia. Por puro vicio de contar, voy a seguir con lo que cuento. Creéme: hay fantasmas por todos lados. Para muestra, baste la historia del que ví el lunes.
No me extrañó encontrármelo de día bajo la sombra de un árbol, esperando el autobús número sesenta que va, hasta donde puedo saber, del Campus Nord a Vall d'Hebron, ida y vuelta. Otras veces lo había percibido entre la gente que no lo veía, pero como suelo estar conversando con alguien, y además francamente la tristeza eterna de los fantasmas me pone de bastante mal humor, simplemente apartaba la vista. Pero el lunes me le acerqué, después de ver dos de sus infructuosos intentos por subirse al autobús.
Pobre. Estaba solito en la parada y hacía señas, pero ninguno de los dos conductores que pasaron fue capaz de verlo, y no pararon. Yo miraba desde el asiento de la plaza que está frente al Nexus, entre el café Versailles y la biblioteca. Hablaba con vos por teléfono, me acuerdo. Quería abrazarte. Mi ánimo iba poniéndose melancólico cuando llegó el tercer sesenta. Melancólico puedo ser un poco insoportable y decidí despedirme, cosa que siempre me cuesta. Me paré y me acerqué a la esquina, frente al cuartel del Bruc, para mirar mejor el triste espectáculo que ya preveía. Melancólico pero morboso, sí señor. De todas formas sabía que no iba a reírme.
Una chica gorda y con cara de exámen, cargada con una mochila pesada y medio ahorcada con los cables de su iPod, llegó corriendo e hizo señas al autobús. El conductor paró. Las puertas se abrieron y la chica gorda empezó a luchar con las cosas que traía, tratando de respirar, mantener el equilibrio de sus pertenencias y subirse, todo a la vez.
El fantasma asió (es un decir) la barandilla para subir y su mano pasó a través de la materia sólida. Dos veces. La chica gorda tardaba en subirse y ésto le dio tiempo al fantasma para hacer un tercer intento: levantó el pie los diez centímetros entre la vereda y el primer escalón del autobús, y al apoyarlo (es un decir), el pie pasó limpiamente a través del piso, y se quedó asentado de plano en el pavimento. La puerta ya se cerraba atravesando su pierna sumergida en el interior. Cuando el vehículo se puso en marcha y abandonó la parada, la mitad de la pierna del fantasma atravesó toda la longitud de los dos tramos del sesenta. El pie se apoyaba en la tierra, cosa que no sé explicar, mientras el fantasma veía alejarse el autobús por la cuesta, subiendo hacia la Ronda de Dalt, donde el tráfico a esas horas es una embolia. El fantasma lo vio alejarse con cara de sorpresa, como si fuera la primera vez, como si no pudiera darse cuenta de que tales cosas pasan cuando se es fantasma, como si no pudiera entender a fuerza de tanto intento fallido, que hay cosas que se nos niegan porque así es como es, fantasma o no fantasma. Me dió lástima tanta estupidez, que parece ser parte de la naturaleza de estos seres, y me le acerqué de frente y sin esconderme para no asustarlo, porque sé que son muy llanos y que se asustan con facilidad.
"Hola" le dije para empezar, aun sabiendo que no me contestaría, de momento. Eso ya me puso incómodo, pero seguí. "Hoy hace sol ¿vió?"
El fantasma levantó sus ojos hacia el Este, perdido en el cielo azul durante dos o tres minutos. "Hace sol", dijo, y por cómo le costó articular la oración unimembre me dí cuenta que hacía mucho que no hablaba.
"¿Adónde vas?", pregunté. Fue como pedirle que desarrollara oralmente y con lujo de detalles un completo análisis de la obra literaria de Thomas Mann. Estuvo pensando por el rato que dura un cigarrillo y al final dijo "No lo sé". Dos veces lo dijo: "No lo sé".
"Esperabas el sesenta", le dije. "¿Ah sí?", me contestó. Y no pude evitar volver a pensar en la profunda y sórdida estupidez de estas criaturas. Tanta estupidez sí que asusta. "No sé por qué esperaba el sesenta. No sé qué es el sesenta. No sé qué hago aquí.", dijo en un ataque de verborragia que me sorprendió. Ahora esto se parecía a una conversación. Qué extraño.
"El autobús, digo", dije para ponerlo un poco en órbita. Entonces sonrió. "¡Ah! ¡Síiiii! ¡Voy al hospital, por lo de la diálisis!", dijo como si contara que iba a un concierto de rock, a un baile, a una fiesta. "La diálisis." , repitió, y en sus ojos apareció la expresión que se aparece en los ojos de los que recuerdan al primer amor.
En la esquina, otro sesenta venía doblando la curva. Le hice señas y paró. Tomé la mano del fantasma (eso también puedo), subí y me lo llevé hasta el fondo del autobús. Por respeto no me puse los auriculares. Guardé en mi bolsillo el móvil que todavía tenía en la mano y me puse a mirar el reflejo del fantasma en la ventanilla. Quedaban horas de sol.
El autobús escaló Gran Capitán hasta la Ronda, dobló a la derecha y se sumergió en el túnel. Pasamos a velocidad de tortuga por espacio de tres salidas y a velocidad de vértigo por espacio de otras dos. El conductor tomó la salida cinco, frente al Olímpico de Tenis y nos bajamos en la siguiente parada. Lo tomé de la mano para que pudiera bajar pisando los escalones. Eso también puedo.
Ya que estaba, y como debía volver al Campus a seguir con mis cosas, crucé con él la avenida por el paso elevado para peatones y lo dejé en la puerta del hospital. No me miró ni se despidió cuando solté su mano. Entró al complejo y se perdió entre la gente que iba y venía. Caminé hasta la parada del sesenta que hace el recorrido inverso y esperé los cinco minutos de rigor. Subí, pasé mi tarjeta por el lector y busqué un asiento. Subía mucha gente más. Cuando el autobús ya se ponía en movimiento me volví para mirar y lo ví, tratando infructuosamente una y otra vez de que su pie se apoyara en el primer escalón de las escaleras mecánicas.
Tal vez un día de éstos lo busque en la parada del sesenta. Si está allí, significa que alguien volvió a darle la mano. Entonces, pienso, sería como darle la mano a quien le dio la mano a él, de algún modo. De algún modo, supongo, las manos que se encuentran de una manera o de otra le dan sentido a la absolutamente cierta aunque completamente absurda existencia de los fantasmas.
Friday, May 13, 2011
La última semana...
"La ultima semana beatificamos un papa, casamos un príncipe, hicimos una cruzada y matamos un moro. ¡Bienvenidos a la Edad Media!"
(Mariano, oyente de "La Venganza Será Terrible" con Alejandro Dolina, Radio Nacional - AM870)
(Mariano, oyente de "La Venganza Será Terrible" con Alejandro Dolina, Radio Nacional - AM870)
Tuesday, May 10, 2011
El compás
Por ejemplo, ahora lo que estoy viendo es un árbol.
Es una vereda oscura. La oscurecen las sombras de muchos árboles, de este lado de la calle y del otro. Pero lo que veo yo es el árbol que veo. Apenas si se agitan las ramas más altas, apenas si hay una brisa, parece. En estas veredas de los sueños las luces vienen de lugares extraños: uno no ve el foco de luz, uno no ve el rayo. Uno ve las cosas e intuye la luz si se pone a pensar, como ahora hago, por ejemplo, que está viendo un árbol. Y podría quedarme aquí. Podría quedarme viendo a mi árbol
(¿mi árbol?)
por un buen rato, hasta que el despertador me devolviera a la habitación donde te encontraría dormida con esa paz con la que dormís, como si en realidad fueras la niña cándida que pansás que sos y que cualquiera se creería que sos si se dejara arrastrar por tus frases dichas a medias. Podría quedarme viendo este árbol mío (¿mío?) que apenas si se mueve y que debe llevar plantado en el frente de esa casa decenios antes de que naciéramos.
La casa. Hasta ahora no la había visto. Algo de afuera debe haber llegado a mi tranquila vereda en penumbras, porque ahora veo la casa e intuyo el árbol. Intuyo la corteza vieja e intuyo las marcas que dejó un compás que escribió una inicial torpe como un tatuaje de presidiario. Hay que presionar mucho, mucho para poder llegar a la parte blanda de adentro y dejar una inicial perdurable. He perdido el compás trazando tu inicial (intuyo que ha pensado quien ha marcado la corteza del árbol que ya no veo). He destrozado el compás para inmortalizarte y ahora me quedo rondando las veredas para retrasar la paliza que van a darme, porque cuesta muchísimo volver a tener un compás. Eso intuyo que piensa, dice, hace quien ha escrito la inicial. Ya no está. Vive en el sueño de otro o en otro sueño mío. Lo que hay es una casa con una ventana en el segundo piso. Y una sombra.
Enfrente, en la pared del cuarto cuya ventana da a la vereda, veo moverse las sombras de las ramas más altas del árbol. Cosa extraordinaria esto de ver solamente las sombras. En el costado se adivina la puerta entreabierta de un dormitorio, porque es un dormitorio lo que veo. La nena no duerme. Está dando vueltas y vueltas en la cama, porque todavía no ha aprendido el sortilegio que sirve para llamar al sueño, no como vos. No se cree cándida y no sabe más que asustarse, la pobre. Por la rendija delgada que forma la puerta entreabierta se acerca la sombra, claro.
Te has sacudido en sueños. Has dicho algo. Si alguien nos estuviera viendo desde enfrente, si hubiera un ventanal, si eso fuera posible, ese alguien habría visto tu sacudida y me habría visto fruncir el ceño. Hay puertas que deberían dejarse cerradas, hay puertas que no puedo cerrar en un sueño desde otra vereda ¿No ves? Las sombras de las ramas del árbol apenas si se mueven. Y la sombra de brazos largos que se acerca, lo hace tan lentamente que se funde con las otras sombras.
Vos has vuelto a encontrar la paz y respirás tranquila. La nena se ha dado la vuelta y ha cerrado los ojos y está muerta de miedo. Vos has dicho algo, yo he fruncido el ceño, la sombra se ha acercado más y la nena se muere de miedo. No le hemos servido para nada. Vos has vuelto a encontrarte con tu tranquilidad. Yo he vuelto a irme por las ramas. He destrozado el compás, he herido al árbol y la sombra sigue avanzando, tranquila igual que vos, porque igual que vos tiene toda la noche por delante.
Es una vereda oscura. La oscurecen las sombras de muchos árboles, de este lado de la calle y del otro. Pero lo que veo yo es el árbol que veo. Apenas si se agitan las ramas más altas, apenas si hay una brisa, parece. En estas veredas de los sueños las luces vienen de lugares extraños: uno no ve el foco de luz, uno no ve el rayo. Uno ve las cosas e intuye la luz si se pone a pensar, como ahora hago, por ejemplo, que está viendo un árbol. Y podría quedarme aquí. Podría quedarme viendo a mi árbol
(¿mi árbol?)
por un buen rato, hasta que el despertador me devolviera a la habitación donde te encontraría dormida con esa paz con la que dormís, como si en realidad fueras la niña cándida que pansás que sos y que cualquiera se creería que sos si se dejara arrastrar por tus frases dichas a medias. Podría quedarme viendo este árbol mío (¿mío?) que apenas si se mueve y que debe llevar plantado en el frente de esa casa decenios antes de que naciéramos.
La casa. Hasta ahora no la había visto. Algo de afuera debe haber llegado a mi tranquila vereda en penumbras, porque ahora veo la casa e intuyo el árbol. Intuyo la corteza vieja e intuyo las marcas que dejó un compás que escribió una inicial torpe como un tatuaje de presidiario. Hay que presionar mucho, mucho para poder llegar a la parte blanda de adentro y dejar una inicial perdurable. He perdido el compás trazando tu inicial (intuyo que ha pensado quien ha marcado la corteza del árbol que ya no veo). He destrozado el compás para inmortalizarte y ahora me quedo rondando las veredas para retrasar la paliza que van a darme, porque cuesta muchísimo volver a tener un compás. Eso intuyo que piensa, dice, hace quien ha escrito la inicial. Ya no está. Vive en el sueño de otro o en otro sueño mío. Lo que hay es una casa con una ventana en el segundo piso. Y una sombra.
Enfrente, en la pared del cuarto cuya ventana da a la vereda, veo moverse las sombras de las ramas más altas del árbol. Cosa extraordinaria esto de ver solamente las sombras. En el costado se adivina la puerta entreabierta de un dormitorio, porque es un dormitorio lo que veo. La nena no duerme. Está dando vueltas y vueltas en la cama, porque todavía no ha aprendido el sortilegio que sirve para llamar al sueño, no como vos. No se cree cándida y no sabe más que asustarse, la pobre. Por la rendija delgada que forma la puerta entreabierta se acerca la sombra, claro.
Te has sacudido en sueños. Has dicho algo. Si alguien nos estuviera viendo desde enfrente, si hubiera un ventanal, si eso fuera posible, ese alguien habría visto tu sacudida y me habría visto fruncir el ceño. Hay puertas que deberían dejarse cerradas, hay puertas que no puedo cerrar en un sueño desde otra vereda ¿No ves? Las sombras de las ramas del árbol apenas si se mueven. Y la sombra de brazos largos que se acerca, lo hace tan lentamente que se funde con las otras sombras.
Vos has vuelto a encontrar la paz y respirás tranquila. La nena se ha dado la vuelta y ha cerrado los ojos y está muerta de miedo. Vos has dicho algo, yo he fruncido el ceño, la sombra se ha acercado más y la nena se muere de miedo. No le hemos servido para nada. Vos has vuelto a encontrarte con tu tranquilidad. Yo he vuelto a irme por las ramas. He destrozado el compás, he herido al árbol y la sombra sigue avanzando, tranquila igual que vos, porque igual que vos tiene toda la noche por delante.
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