Ella tenía un vestidito que le colgaba de los hombros. Ahora creo que el vestidito era naranja con flores pequeñitas en rojo. De cierto no lo sé porque la veo a trasluz. Siempre hay un sol detrás de ella, siempre me encandila, no veo sus ojos. Sí sé que, fuera cual fuese el acorde, se moría de amor. Sí sé que despeinábamos el césped con la mano, con mi mano, con su mano, con las dos. Después corría, y tanto corría y tanto corrió que ahora sólo tengo el trasluz. No sé de qué color era el vestidito. No sé si su voz era grave como quiero que sea. No sé ni siquiera la letra con la cual empezaba su nombre, para empezar.
Es decir, no puedo nombrarla.
Camila dice lo que quiere, nombra a quien quiere delante mío. Soy su papá, y por tanto con más razón se agiganta en la consecuencia. Con más razón enuncia, porque es absolutamente transparente. No esconde porque sabe que juego para su lado. Cuenta conmigo, y no concibe la mentira o el ocultamiento porque no concibe la traición de mi parte. Hace bien. Hace bien.
Ella tenía un vestidito que le colgaba de los hombros. Despeinábamos el césped, se iba en un contraluz. Pero si no puedo decir su nombre, no me sirve para nada.
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