Ayer estuve otra vez en Buenos Aires.
Y después me fui.
Los porteños no tienen (no la mayoría) esa suerte. Tienen que quedarse ahí, y como constituyen una especie que debe creer, para subsistir, que viven en el mejor lugar del Mundo, entonces se creen que esa maravillosa ciudad es otra ciudad.
Algunos creen que es una ciudad californiana, y entonces le ponen nombres californianos a pedacitos de barrios porteños. Y les queda mal, pero como no se dan cuenta, son felices.
Algunos creen que es un suburbio neoyorquino, y entonces cuelgan lucecitas de colores (no pueden evitar colgarlas mal, de puro apurados que son), y ponen gigantografías de baja resolución (para ahorrar), y se agolpan y se codean y dan un poquito de pena. Un poquito.
Algunos se creen que es un barrio barcelonés, y cocinan una paella mezquinándole a la tinta del calamar y pasándose bastante en la sal para compensar.
Algunos se creen que es un arrabal parisino y dejan de bañarse por un par o cuatro de semanas.
Yo tuve la suerte de mirarlos desde un balcón en el que fui muy feliz por un ratito. Después me desperté y aquí estoy, sacudiéndome la modorra para ir a trabajar, como buena poquita cosa que soy.
Tal vez debería seguir soñando, como ellos.
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