No es el calor ni son los gritos de los porteños. No es el interminable trámite bancario, no es el idiota que cree que no lo es y que los demás sí lo son.
--¿Quién va a atenderme?-pregunto, cuando una gorda ventajera, que no ha sacado número, intenta pasar delante mío.
(Ahora llevo sentado 20 minutos en un bar. Debo haberme vuelto invisible o debo ser muy muy poquita cosa, en efecto)
-- Eso depende de su problema. Aquí son todos clientes.-dice el genio bancario.
-- No lo pongo en duda. Por eso es que me pregunto quién va a atenderme, dado estoy delante de la señora. ¿Van por numero?
-- Eso depende de su necesidad. -me dice el futuro ministro de Hacienda-¿Qué necesita?
-- Su pregunta me lleva a suponer que pretende Usted que los presentes se enteren de que quiero cancelar mi cuenta, dado que he sido diagnosticado de cáncer de vegiga, y necesito todos mis ahorros para el tratamiento.- digo, y todos se enteran.
-- Eso lo atiende mi compañera.- Dice el oligofrénico.- Lo lamento.
-- Yo lamento lo suyo también.- digo y espero a que me llamen ya sea por número o por cansancio, en esta ciudad en la que todos se gritan y hablan por teléfono a los gritos y se cagan en los demás y los creativos publicitarios encuentran maravilloso burlarse del acento de lo que llaman el Interior y un líder de izquierdas pesa en su balanza chueca los votos, y le pesan más los porteños y sin embargo ninguna herida termina nunca de sangrar.
Qué día de mierda.
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